Mañana se acaba mayo. El mes de las flores. Los mayos de los primeros años de mi vida pasaba las tardes con mi abuela, porque era el mes de María, y había que ir a la misa de la tarde en la capilla de Salesianos, mi abuela llamaba a esa misa simplemente "Las Flores". Incluso fui monaguilla con túnica roja y babatel blanco. Incluso recitaba poemas a la virgen, especialmente el de la Purísima, que mi abuela tenía en un libro marcado con una estampa de María Auxiliadora. A ella le encanta y yo, con aquellos primeros versos escuchados en mi voz, llegaba incluso a emocionarme. Aquellas tardes mi abuela ejercía de abuelísima, porque mi abuela es la abuela más abuela que conozco.
Me llevaba orgullosa de su mano y ojo de la que no le hiciese un comentario sobre lo bien acompañada que iba. Cuando nos llevaba de la mano, o ahora cuando la acompañamos a cualquier sitio, los ojos le brillan, y mira desafiante a todo aquel que no sea consciente de que ella es la Antonia, la Lucera, y esos sus nietos, los mejores del mundo. Ha llegado a pelearse con sus primas simplemente porque no soportaba que dijesen que no éramos los más guapos y los más listos.
Así es mi abuela, guerrera sobretodo. Y gamberra, y tierna, y una de las mujeres más maravillosas que conozco.
Tiene una generosidad y una sabiduría antiguas. Todavía, a sus 84 años, se le notan las ganas de aprender, de hacer cosas nuevas, o simplemente de hacer cosas, tiene una vertiginosa agilidad mental, es rápida en la conversación, y con cualquiera establece una especie de desafío verbal que casi siempre gana.
Lleva trabajando desde los 8 años. Apenas pudo ir al colegio, pero agradece siempre saber leer y escribir, que "para sus tiempos" ya era mucho. Es orgullosa y altiva en lo que respecta a su devoción, que somos nosotros, pero humilde en todo lo demás. Siempre que me tomo un café con ella, saca un viejo azucarero que sabe que me encanta. Es un objeto que para mi la representa, de hojalata, antiguo y abollado, y la Antonia sigue conservándolo como si fuese un tesoro. "Me lo dió mi madre" me dice, "yo a ella nunca le he llegado a la suela del zapato" remata siempre que habla de su madre. Según ella, a mi otra abuela, que murió años, cuando yo tenía tres, tampoco le llegará nunca a esa altura.
Le encanta hablar, quizá porque durante la semana no lo hace mucho, y sabe contarte las cosas como si fueses la única persona a la que puede contárselas, como si fuese un secreto que sólo comparte contigo. Hace poco me contaba como cuando era pequeña ella y sus hermanas les gastaban bromas a sus primos, con la complicidad de una de las tías, que estaba un poco loca. Disfrazaban a la tía de con una cortina y con todo un protocolo de lo más efectista le contaban a sus primos una historia terrorífica sobre un espíritu del diablo que les visitaba en la casa. En ese momento la tía empezaba a bajar las escaleras y los primos salían despavoridos, pero mi abuela había cerrado la puerta y no podían huir. Mientras me lo contaba se reía como si estuviese viendo bajar a su tía por la escalera.
Además de todo esto, hace las mejores tortillas de patata del mundo mundial. A veces dice que es "como la tía hueva, que de una sábana vieja, hacía una nueva".
Pues eso, yo de mayor quiero ser como la Antonia La Lucera.
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