Es curioso el encuentro de sensaciones que me provoca la Navidad. La supuesta "ilusión" de estos días, que todo el mundo recuerda hasta la saciedad, se apaga un poco cuando en tu círculo familiar o entre los más cercanos falta alguien.
Recuerdo las navidades de niña, cuando la ilusión de ver a todos mis primos juntos podía más que los regalos. Llegamos a organizar festivales navideños en nochebuena. Mi hermano y mi primo contaban chistes de curas y mi tío cura se reía como el que más. Recitábamos, cantábamos villancicos y después ibamos a la misa del Gallo a ver si el pobre pájaro cantaba de una vez por todas. Luego, todos insistíamos para quedarnos "un ratico más" porque noches como aquella había pocas.
Al día siguiente, después de comer, jugábamos a "Tinieblas" en el cuarto de la catequesis, a "Clopatra" en el patio o a "Momia" en la plaza del Jardín. Y es que lo de celebrar la navidad en asa del párroco era una ventaja extra, siempre había nuevos misterios que resolver, más cuando el jardín tenía una puerta directa al cine "Salón Blanco". Recuerdo una tarde de Navidad en la que nos colamos y robamos un saco entero de gusanitos "Rufinos". Nos entró tal arrepentimiento que los tiramos a un patio interior al que nadie podía acceder, y después el arrepentimiento fue todavía mayor.
Las navidades de la infancia eran de verdad, con los villancicos, y las panderetas, y mi tío tocando el organillo, y mi abuela dejándonos beber cocacola hasta hartarnos, y siempre con el turrón de chocolate preparado.
Recuerdo una tarde cercana ya a las vacaciones en las que mi padre nos trajo la primera consola, una Sega Master Sistem, que nos tuvo todas las vacaciones delante de la tele. Y recuerdo mi primer piano, la primera batería, y los primeros libros. Quizá el recuerdo más inborrable de la Navidad de mi infancia y adolescencia son los libros, a través de los que tejí con mi padre muchos de los hilos de nuestra relación.
Recuerdo noches eternas delante de la chimenea, escuchando sus relatos de la Iliada y la Odisea, y a mi madre con Michael Ende, y a nosotros, que mirábamos y escuchábamos ensimismados, y que aprendimos de ellos que las mejores navidades están al calor de un buen fuego, un chocolate caliente y las voces que más quieres acercándote una historia.
Algunas de esas voces, apagadas ya, me llegan hoy más claras que nunca, recomendándome un escritor, criticándome una lectura, y recordándome cada día lo que más hecho de menos.
17.12.07
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